Los
drones, vehículos aéreos no tripulados, o UAV, según su sigla en inglés,
constituyen la punta del iceberg de una nueva revolución tecnológica, liderada
por la robótica y la inteligencia artificial. Si bien en un principio su
utilización estaba circunscripta a determinados países (esencialmente los
Estados Unidos, Rusia e Israel), en la actualidad más de 70 Estados cuentan con
distintos modelos de UAV, y hasta algunos grupos armados no estatales los han
empleado en operaciones ilegales. Más aun, distintas empresas privadas han
empezado a experimentar con su uso para fines comerciales, y su uso
recreacional va en aumento en distintas partes del mundo. La Argentina cuenta
con un programa en materia de drones, así como varios de sus vecinos en la
región. Si bien su uso en nuestro contexto es todavía limitado, es muy probable
que esto cambie rápidamente.
Las
preocupaciones más salientes vinculadas con los drones tienen que ver con su
uso militar. Sin embargo, las posibilidades de uso civil son tanto más
importantes como desconocidas en general. Los UAV brindan amplias posibilidades
comerciales en actividades que van desde la distribución de bienes hasta
numerosas tareas agrícolas. Manejar este tipo de tecnología puede tener además
un efecto derrame sobre el resto de la economía, algo particularmente
importante en países periféricos como la Argentina. Pero sin duda el foco de la
atención estará en la forma en que los drones pueden contribuir en funciones de
seguridad. Su utilidad va desde el patrullaje de zonas fronterizas, la
seguridad vial en rutas, y tareas de vigilancia y rescate, entre muchas otras.
Su capacidad de volar durante largos períodos prácticamente sin supervisión
humana capturando una gran cantidad de imágenes que pueden ser procesadas por
sistemas de información sofisticados los convierten en una herramienta muy
poderosa para la detección temprana de riesgos a la seguridad y su persecución
penal.
Pese
a esa utilización benéfica, el uso de drones también presenta una serie de
desafíos. Por un lado, es evidente su capacidad para vulnerar la esfera privada
de los ciudadanos. No es difícil pensar que puedan ser empleados para vigilar
protestas, seguir personas o simplemente recolectar imágenes de manera
aleatoria. La capacidad actual de almacenamiento de estas imágenes, unida al
desarrollo de software capaz de procesarlas, como por ejemplo en materia de
identificación de rostros, movimientos u otros datos (patentes de automóviles,
por ejemplo), ponen la privacidad de los ciudadanos ante un riesgo sin
precedente.
Por
otro lado, las características de los nuevos drones hacen que la congestión
aérea y la interferencia con otras aeronaves generen riesgos importantes para
la seguridad física de las personas y sus bienes. Los mecanismos actuales de
prevención de colisiones aéreas son inadecuados para lidiar eficazmente con
este nuevo tipo de tráfico, dada la variación en tamaño y en tecnología que los
drones poseen. El control de este tipo de tráfico aéreo requerirá nueva y más
sofisticada tecnología de la disponible. Esto es especialmente problemático si
pensamos que la mayor parte de los drones se emplearán en zonas urbanas
densamente pobladas.
Por
último, no debe descuidarse el riesgo del uso que determinados actores privados
puedan hacer de los UAV. En distintos países los paparazis ya han comenzado a
emplear drones en tareas de seguimiento, y no es desdeñable el riesgo que
conlleva que empresas de seguridad privada hagan uso de ellos. Pero lo que es
mucho más serio es el riesgo de que organizaciones criminales, entre ellas, las
dedicadas al narcotráfico, adquieran este tipo de tecnología para eludir
controles o dar seguimiento a sus embarques. Esto generaría desafíos muy
difíciles de resolver para nuestras fuerzas de seguridad y nuestro sistema de
persecución penal.
La
trascendencia y las posibilidades que los drones brindan se incrementarán en
los años venideros. Si bien hoy en día este uso está limitado por las normas de
seguridad de la aviación civil, es previsible que esto deba modificarse en un
futuro cercano. Así, más que su prohibición o la inhibición de su desarrollo,
es necesario empezar a delinear una regulación adecuada y definir el tipo de
control que las autoridades tendrán sobre su gestión. Para ello es
imprescindible que tanto el Estado como la sociedad civil asuman de manera
urgente la necesidad de investigar y discutir sobre las ventajas y peligros que
encierra esta nueva tecnología en el contexto argentino. De lo contrario es
probable que los ciudadanos quedemos a merced de esta tecnología, en lugar de
beneficiarnos con ella.
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