El
antepasado de los actuales selfie sticks, esos populares palos extensibles que
permiten tomar autofotos, dio sus primeros pasos en el mercado japonés en 1983.
Considerado un chindogu, como los nipones denominan a los curiosos y
estrafalarios inventos sin utilidad alguna, la creación de Hiroshi Ueda, un
entusiasta de la fotografía y ex empleado de Minolta, estuvo adelantada para su
época.
"Mi
idea fue prematura para el mercado de entonces. Tengo como 300 patentes, pero a
esta la denomino el invento de las 3 de la mañana, llegó demasiado
temprano", señala Ueda en una entrevista de la BBC. La idea del japonés
comenzó en unas vacaciones con su esposa en Francia, cuando un chico al que le
pidió que le tomara un retrato le robó la cámara.
Al
principio, la idea de realizar una autofoto con un bastón no tuvo apoyo, pero
el inventor logró convencer a la compañía. Su salida al mercado de la mano de
Minolta no tuvo la recepción que ahora tienen los selfie sticks, pero eso no
impidió que Ueda siguiera registrando sus vacaciones con su creación.
Estaba
tan convencido de su invento que la registró en la oficina de patentes de
Estados Unidos ese mismo año. Su vigencia expiró en 2003, cuando todavía no
había salido al mercado toda la nueva generación de teléfonos inteligentes que
inició el furor por las autofotos.
Su
uso se tornó un riesgo para los museos europeos, que prohibieron el uso del
brazo extensible para evitar un potencial daño a las obras de arte.
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